Comunicación. Pensamientos. Amor. Es esta tríada la que toca nuestras vidas en armonías muy diferentes. En mi trabajo como mediadora, me he especializado en las discordancias. En lo que suena y se siente raro. En los momentos en que las cosas se atascan y la disonancia nos impide desarrollarnos libremente. Pero si escuchamos atentamente y dirigimos nuestra atención a estos momentos desafinados, podemos conseguir enderezar las cuerdas y encontrar nuestra banda sonora personal. La banda sonora de nuestra vida.

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Nuestra interacción social gira en torno a la comunicación. Para que algo pueda nacer, necesitamos intercambiarnos. Si no lo hiciéramos, no podríamos avanzar en nuestro mundo. Por tanto, la comunicación crea el mundo en el que vivimos. Por encima de la comunicación están nuestros pensamientos. Ejercen un gran poder sobre nuestros sentimientos, nuestro estado de ánimo y nuestras acciones. Al final, influyen en cómo percibimos y evaluamos las cosas que nos rodean y cómo reaccionamos ante ellas. En todo ello influyen nuestras experiencias y aventuras positivas y negativas de la infancia y adolescencia.

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Detrás de todo esto hay algo mucho más grande. Algo que, en nuestro mundo dominado por la racionalidad, hemos categorizado como lacrimógeno, en algún lugar entre Julio Iglesias, las varillas de incienso y la rumba.

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ES EL AMOR.

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El amor es el verdadero motor de todo nuestro ser. Es la fuerza creativa que nos une. Cuando buscamos reconocimiento, en realidad estamos buscando amor. Cuando celebramos la belleza, en la naturaleza, en el arte o en la literatura, en realidad estamos celebrando el amor. Cuando cocinamos para nuestros amigos, en realidad es amor lo que ponemos sobre la mesa. El amor se contrapone al miedo. Sin embargo, el miedo no es lo contrario del amor, sino más bien la llamada a él. Al igual que la rabia, la tristeza, el dolor, la vergüenza, el juicio y la preocupación, el miedo es una expresión de esta llamada al amor. Y lo único que puede curar este miedo es: el amor.